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especie de temblor agitaba las figuras del círculo rojizo.
¿Debería rechazar los granos? El temblor atacó al círculo azulado... miré con ojos fijos
al hombre sin cabeza; seguía allá, en la misma postura: inmóvil como antes.
Incluso su respiración había cesado. Levanté el brazo sin saber todavía lo que debía
hacer y... di un golpe en la mano tendida del fantasma, de forma que todos los granos
rodaron por el suelo.
Por un momento, tan repentino como una descarga eléctrica, perdí el conocimiento y
creí caer en un abismo infinito; después me encontré seguro sobre mis piernas.
Las criaturas grises habían desaparecido. Igual que los seres del círculo rojizo.
Por el contrario, las figuras azuladas habían formado un círculo a mi alrededor: tenían
sobre el pecho una inscripción en jeroglíficos dorados y llevaban en silencio  parecía un
juramento los granos dorados que yo había tirado al aire de la mano del fantasma sin
cabeza.
Oí que afuera una tormenta de granizo golpeaba contra los cristales y que el estrépito
de un trueno rompía el aire.
Una tormenta de invierno con toda su incontenible fuerza asolaba la ciudad. Desde el
río sonaban, a través del ulular de la tormenta, en intervalos rítmicos, los sordos disparos
de cañón que anunciaban la ruptura de la capa de hielo del Moldava. La habitación
llameaba a la luz de los continuados e ininterrumpidos relámpagos. De repente, me sentí
tan débil que las rodillas me temblaban y tuve que sentarme.
 Tranquilízate  dijo claramente una voz a mi lado . Totalmente tranquilo, hoy es el
Lelshimurim, la noche de la protección.
Poco a poco cedía la tormenta y el ruido ensordecedor se convertía en el monótono
tamborileo del granizo en los tejados.
El cansancio de mis miembros aumentó de tal forma que ya sólo sentía, confuso y
medio en sueños, lo que sucedía a mi alrededor:
Un ser dijo desde el círculo las palabras siguientes:
 El que buscáis no está aquí.
Los demás respondieron algo en una lengua extraña. Otro ser respondió muy
suavemente con una frase en la que sólo entendí el nombre de
HENOCH
pero no el resto: el viento traía desde el río, demasiado fuerte, el ruido del hielo al
romperse.
Entonces salió del círculo un ser que vino hacia mí. Señaló el jeroglífico sobre su pecho
 eran las mismas letras que en los demás y me preguntó si sabía interpretarlo.
Cuando  balbuceando por el cansancio negué, alargó hacia mí la palma de su
mano y la escritura aparecio luminosa sobre mi pecho en caracteres que al principio eran
latinos:
CHABRAT ZEREH AUR BOCHER
pero que poco a poco se fueron transformando en aquellos desconocidos.
Caí en un profundo sueño, sin soñar, como no había vuelto a conocer desde aquella
noche en la que Hillel me había soltado la lengua.
Impulso
Las horas del último día se me habían pasado volando. Apenas tuve tiempo para
comer.
Un ansia irrefrenable de actividad física me había retenido desde la mañana hasta la
noche junto a la mesa de trabajo.
Había acabado la gema y Miriam se alegró como una niña.
También había restaurado la letra «I» del libro Ibbur.
Me apoyé en el respaldo y recordé tranquilamente todos los pequeños sucesos del día:
Cómo llegó la mujer que me servía por la mañana, después de la tormenta, con la
noticia de que el puente de piedra se había derrumbado durante la noche.
Extraño. ¡Derrumbado! Quizá precisamente en el momento en que yo tiré los granos;
no, no, no debía pensar en eso; lo que hasta entonces había sucedido podía recibir un
ligero toque de sobriedad y yo me había propuesto dejarlo enterrado en mi pecho, hasta
que despertara por sí mismo; no debía removerlo.
¿Cuánto tiempo hace que paseé por el puente y admiré las estatuas de piedra? Y
ahora ese puente que había estado en pie durante siglos, estaba en ruinas.
Casi me entristecía el hecho de que ya no podría pasear sobre él. Pues, aunque se
reconstruyera, ya no sería el mismo misterioso puente de piedra.
Durante horas, mientras trabajaba en la gema, estuve pensando en ello y, tan
naturalmente como si nunca lo hubiese tenido olvidado, renació en mí: ¿cuántas veces
miré siendo niño y también posteriormente la estatua de San Luitgardo y todas las demás
que ahora estaban enterradas en las aguas revueltas?
Había vuelto a ver en mi mente la intimidad de pequeñas y queridas cosas que durante
mi infancia consideraba mías; y a mi padre y a mi madre y a una gran cantidad de
compañeros de colegio. Sólo de la casa en la que había vivido no me podía acordar.
Sabía que cualquier día aparecería de repente ante mí, cuando menos lo esperara; y
me alegraba pensando en ese momento.
La sensación de que todo se desarrollaría de repente en mí, tan natural y
sencillamente, era muy agradable. Cuando anteayer saqué el libro Ibbur del cofrecillo  y
no había nada asombroso en él, sino que era como son todos los pergaminos antiguos
adornados con valiosas iniciales , me pareció totalmente lógico.
No podía comprender que en aquella ocasión hubiera tenido una influencia tan
fantasmagórica. Estaba escrito en lengua hebrea, totalmente incomprensible para mí.
¿Cuándo vendría a recogerlo el desconocido? La alegría de vivir que había entrado en mí
durante el trabajo se despertó de nuevo en todo su alegre frescor y espantó los
pensamientos sombríos que querían atacarme por la espalda.
En seguida tomé la foto de Angelina: pero ¿por qué no soñar una vez con felicidad,
retener el luminoso presente y juguetear con él como una pompa de jabón?
¿Acaso no podría realizarse lo que la añoranza de mi corazón me susurraba? ¿Era tan
absolutamente imposible que de la noche a la mañana me convirtiera en un hombre
famoso? ¿Igual que ella, aunque de procedencia inferior? ¿Por lo menos igual que el Dr.
Savioli? Pensé en la gema de Miriam: si me salieran otras como ésa... no cabía duda, ni
los máximos artistas habían hecho nada mejor. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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