[ Pobierz całość w formacie PDF ]

pronto..., qué pronto... la han urdido! ¡Qué Brigadiera ni qué
señoronas..., si no hay nada de eso..., si yo le juro que no es eso...,
si no hay nada!
-No tienes corazón, Fermo, no tienes corazón.
-Señora, ve usted lo que no hay... Yo le aseguro...
-¿Qué has hecho hasta las diez de la noche? Rondar la casa de
esa gigantona..., de fijo...
-¡Por Dios, señora! Esto es indigno de usted. Está usted
insultando a una mujer honrada, inocente, virtuosa; no he hablado
con ella tres veces..., es una santa...
-Es una como las otras.
-¿Como qué otras?
-Como las otras.
-¡Señora! ¡Si la oyeran a usted!
480
La Regenta
-¡Ta, ta, ta! Si me oyeran me callaría. Fermo..., a buen
entendedor... Mira, Fermo..., tú no te acuerdas, pero yo sí..., yo
soy la madre que te parió, ¿sabes?, y te conozco... y conozco el
mundo... y sé tenerlo todo en cuenta..., todo... Pero de estas cosas
no podemos hablar tú y yo..., ni a solas..., ya me entiendes...,
pero... bastante buena soy, bastante he callado, bastante he visto.
-No ha visto usted nada...
-Tienes razón..., no he visto..., pero he comprendido y ya
ves..., nunca te hablé de estas... porquerías, pero ahora parece que
te complaces en que te vean..., tomas por el peor camino...
-Madre..., usted lo ha dicho, es absurdo, es indecoroso que
usted y yo hablemos, aunque sea en cifra, de ciertas cosas...
-Ya lo veo, Fermo, pero tú lo quieres. Lo de hoy ha sido un
escándalo.
-Pero si yo le juro a usted que no hay nada; que esto no tiene
nada que ver con todas esas otras calumnias de antaño...
-Peor; peor que peor... Y sobre todo lo que yo temo es que el
otro se entere, que Camoirán crea todo eso que ya dicen.
-¡Que ya dicen! ¡En dos días!
-Sí, en dos; en medio..., en una hora... ¿No ves que te tienen
ganas?, ¿que llueve sobre mojado...? ¿Hace dos días? Pues ellos
dirán que hace dos meses, dos años, lo que quieran. ¿Empieza
ahora? Pues dirán que ahora se ha descubierto. Conocen al
Obispo, saben que sólo por ahí pueden atacarte... Que le digan a
Camoirán que has robado el copón..., no lo cree..., pero eso sí.
¡Acuérdate de la Brigadiera...!
481
Leopoldo Alas, «Clarín»
-¡Qué Brigadiera..., madre..., qué Brigadiera...! Es que no
podemos hablar de estas cosas... Pero... si yo le explicara a
usted...
-No necesito saber nada..., todo lo comprendo..., todo lo sé... a
mi modo. Fermo, ¿te fue bien toda la vida dejándote guiar por tu
madre, en estas cosas miserables de tejas abajo? ¿Te fue bien?
-¡Sí, madre mía, sí!
-¿Te saqué yo o no de la pobreza?
-¡Sí, madre del alma!
-¿No nos dejó tu pobre padre muertos de hambre y con el agua
al cuello, todo embargado, todo perdido?
-Sí, señora, sí..., y eternamente yo...
-Déjate de eternidades... Yo no quiero palabras, quiero que
sigas creyéndome a mí; yo sé lo que hago. Tú predicas, tú
alucinas al mundo con tus buenas palabras y buenas formas... Yo
sigo mi juego. Fermo, si siempre ha sido así, ¿por qué te me
tuerces? ¿Por qué te me escapas?
-Si no hay tal, madre.
-Sí hay tal, Fermo. No eres un niño, dices... Es verdad... Pero
peor si eres un tonto... Sí, un tonto con toda tu sabiduría. ¿Sabes
tú pegar puñaladas por la espalda, en la honra? Pues mira al
Arcediano, torcido y todo, las da como un maestro... Ahí tienes un
ignorante que sabe más que tú.
Doña Paula se había arrancado los parches, las trenzas espesas
de su pelo blanco cayeron sobre los hombros y la espalda; los
ojos, apagados casi siempre, echaban fuego ahora, y aquella
mujer cortada a hachazos parecía una estatua rústica de la
Elocuencia prudente y cargada de experiencia.
482
La Regenta
La tempestad se había deshecho en lluvia de palabras y
consejos. Ya no se reñía, se discutía con calor, pero sin ira. Los
recuerdos evocados sin intención patética por doña Paula habían
enternecido a Fermo. Ya había allí un hijo y una madre, y no
había miedo de que las palabras fuesen rayos.
Doña Paula no se enternecía, tenía esa ventaja. Llamaba
mojigangas a las caricias, y quería a su hijo mucho a su manera,
desde lejos. Era el suyo un cariño opresor, un tirano. Fermo,
además de su hijo, era su capital, una fábrica de dinero. Ella le
había hecho hombre a costa de sacrificios, de vergüenzas de que
él no sabía ni la mitad, de vigilias, de sudores, de cálculos, de
paciencia, de astucia, de energía y de pecados sórdidos; por
consiguiente no pedía mucho si pedía intereses al resultado de sus
esfuerzos, al Provisor de Vetusta. El mundo era de su hijo, porque
él era el de más talento, el más elocuente, el más sagaz, el más
sabio, el más hermoso; pero su hijo era de ella, debía cobrar los
réditos de su capital, y si la fábrica se paraba o se descomponía,
podía reclamar daños y perjuicios, tenía derecho a exigir que
Fermo continuase produciendo. [ Pobierz całość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • zsf.htw.pl